sábado, 7 de marzo de 2015

Emilia Marcano Quijada-Escritora-Venezuela.

Oriundas de un lindo y destartalado pueblito de mi tierra, de esos que de tan viejos ya perdieron todos los dientes y hasta el recuerdo del nombre, dos hermanas que jamás fueron morochas, nacieron sin embargo el mismo día. 
María Eduvigis la una, María Dolores la otra. 
La madre; una margariteña de generosas carnes y ojos de sirena, las llamo siempre por el distintivo color de piel de cada una. 
Blanca y de palidez etérea la primera, morena, de tez bronceada la segunda quedaron distinguidas por sus respectivos apodos: María blanca y María negra. 

 La infancia transcurrió con ese sabor de las paletas de dulce, el café de leche con sal, las sopas de pescado los días del colegio, los reglazos de la maestra Minerva; toda una tirana psicópata, los rosarios de difuntos, las fiestas del valle, –la misa de la virgencita– a las que religiosamente las llevaban vestidas de angelitos o querubines de feria. La adolescencia llegó mostrando su cara no tan angelical. María Negra, cual burda oruga convirtiose en bestial mariposa de colores, una belleza que llamaba la atención de cuantas malas intenciones se tropezaran con ella. María Blanca, cada día más pálida, flaca y lánguida solo miraba a dos pasos de distancia como María Negra acaparaba todos los silbidos y piropos de los mozos del pueblo. María Negra reía coqueta, María Blanca solo callaba.---Clic en el título)

1 comentario:

Norma Jacomet dijo...

bellísimo Emilia, como todo lo que escribís.
Un abrazo.Norma