jueves, 25 de agosto de 2011

El oficialismo tiene derecho a festejar, pero no a tergiversar la relevancia institucional de los comicios del 14 de agosto.

Una cosa es haber ganado unas elecciones primarias desvirtuadas de su objetivo central.
Otra, muy diferente, afirmar que con ellas se ha dado un salto en la calidad institucional.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ganó contundentemente una elección mal llamada de “primarias abiertas, simultáneas y obligatorias”; superó el 50% de los votos y aventajó al segundo lugar por 38 puntos.
La participación fue alta (casi 78%). Estas son razones válidas que le permiten celebrar al Gobierno.
Estos comicios no cumplieron con su objetivo central. La totalidad de las fórmulas presidenciales ya habían designado previamente a sus candidatos.
La Presidenta eligió “a dedo” a su vicepresidente y digitó a múltiples candidatos a legisladores nacionales y de otros altos cargos en la mayoría de las provincias.
Más que para elegir, estas elecciones se concibieron para que los votantes ratificaran lo que las cúpulas partidarias supuestamente iluminadas (incluido el Gobierno) ya habían escogido.
Por todo ello, las primarias recientemente celebradas no democratizaron a los partidos ni generaron mayor equidad, sobre todo debido al claro abuso de la pauta oficial que favoreció al oficialismo.
No es cierto, tampoco, como expresó la Presidenta, que el mecanismo de la boleta partidaria sea mejor al de la boleta única (adoptada con éxito en Santa Fe y Córdoba en las elecciones para gobernador). Todo lo contrario........

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